Mi mujer y yo
nos queremos desde el respeto. Mi mujer y yo tenemos doce hijos. Mi
mujer y yo, ante todo, somos buenos cristianos. Anoche, con los niños
al fin dormidos, mientras veíamos la televisión amodorrados,
interrumpieron el programa con un anuncio. Un presentador rubio y con
alitas, informaba entonces con una sonrisa celeste que el Papa,
nuestro Papa, se disponía a hablar al mundo. Al instante, desde
Roma, Su Santidad lanzaba la buena nueva. Tras un preámbulo
apocalíptico el Pontífice anunciaba en quince idiomas la llegada
inminente de un nuevo Mesías. El encargado de salvar al mundo. El
segundo Cordero de Dios. El definitivo. Dijo que, al aparecer, y
según había revelado el Altísimo, se trataba del hijo adoptivo de
un matrimonio formado por dos hombres: un cura y un catequista para
ser exactos, hombres piadosos al fin y al cabo. También, y por la
gracia de Dios, el pequeño había sido concebido de forma
artificial, clonando células madres de una espía hebrea y un
integrista afgano. Dicho esto, el Santo Padre bendijo al orbe. Toda
la curia romana aplaudía satisfecha. San Marcos era un alboroto.
Para celebrarlo, mi mujer y yo decidimos hacer el amor, pero entonces
nos entró la duda de si ya era posible, o no, usar profilácticos.
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